Historia de una rana

(Cuento infantil)


 

El mundo está hecho de historias; historias grandes e historias pequeñas; largas y cortas; alegres y tristes. Esta es una historia sencilla para nosotros, pero para Rita, la ranita a la que le ocurrió, es su historia, y a ella no le parece pequeña en absoluto.

Rita es una ranita de San Antonio.

Nació hace una primavera de un huevo minúsculo y fue un juguetón renacuajo que nunca salía del agua de su charca hasta que creció y se convirtió, como el resto de renacuajos, en una preciosa ranita de color verde brillante y ojos saltones.

Hasta aquí, esta podría ser la historia de cualquiera de las miles de ranas que en el mundo han sido si no fuera porque Rita, por un desgraciado accidente del que ya no consigue acordarse, perdió una de sus patitas traseras; en concreto, el anca izquierda.

Todo el mundo debería saber que las ancas de las ranas, es decir, sus patas traseras, son grandes, potentes y musculosas y que son así para poder dar esos enormes saltos que dan. Del mismo modo que a nadie se le escapa que son verdes para camuflarse y que nadie las moleste cuando toman el sol sobre la hierba después de una agotadora mañana nadando de aquí para allá.

Pues bien, cuando Rita, hecha ya toda una rana, empezó a salir del agua para disfrutar de las orillas de su charca, se dio cuenta de lo difícil que era moverse con una sola pata trasera. Así, cuando veía a alguna amiga y quería acercarse por detrás para sorprenderla, terminaba invariablemente tumbada de costado tras un salto tan impetuoso como errado, a la izquierda de su amiga y, desde luego, muy lejos del lugar sobre el que había calculado caer. Por supuesto que la sorpresa se la llevaba, pero no en la forma esperada. Nunca fue capaz tampoco de subir a las ramas de los pequeños árboles que rodeaban la charca y, para conseguir comida, siempre dependió de su familia.

Pero todo esto no evitó que Rita fuera una ranita feliz y croara al atardecer con la misma energía que el resto de las ranas de la charca.

Pasado un tiempo, la charca que había sido su hogar de toda la vida comenzó a desecarse, por lo que la familia de las ranas hubo de tomar la difícil decisión de mudarse a una nueva charca. A ella le entristeció la noticia, pero reconoció que el futuro pintaba oscuro en aquel lugar.

Rita oyó decir a las ranas más ancianas que la culpa de que la charca se estuviera quedando sin agua era del ser humano, que se la llevaba por tuberías a otra parte por algún motivo que para ellas era completamente desconocido. Rita maldijo al ser humano por provocar con sus actos tan irresponsables semejante catástrofe.

Por fin, un día hicieron las maletas, dieron un último vistazo y, siguiendo al sol, tomaron rumbo a un nuevo y desconocido hogar.

Las prisas y los nervios fueron tantos durante aquella jornada de viaje que nadie reparó en el cansancio de Rita y ella, en parte por timidez y en parte por no querer suponer una carga más para todas las demás ranas, no abrió la boca en ningún momento para lamentarse del camino.

Poco a poco, el calor y el agotador ritmo de la caravana de ranas fue haciendo mella en la pobre Rita, que veía cómo se iba quedando detrás, cada vez más lejos del grupo. A medida que sus saltos iban haciéndose cada vez más cortos, más desganados y  más desequilibrados, la silueta de sus acompañantes fue haciéndose cada vez más diminuta, más diminuta, más diminuta…

Entonces, agotada, notó que su cabeza comenzaba a dar vueltas y, de repente, todo se quedó a oscuras.

 

***

 

Después de un tiempo, que no era capaz de calcular, abrió los ojos y llegó a la conclusión de que el calor y el cansancio le habían hecho desmayarse. Por instinto de supervivencia, se agazapó instantáneamente. Aguzó el oído, pero no escuchó ningún croac. Estaba sola. Se levantó lentamente e hizo un reconocimiento del lugar en el que se hallaba: estaba rodeada de hierba, pero no era como la hierba de su antigua charca, tan salvaje; esta estaba recortada toda a la misma altura, con una delicadeza primorosa. Al fondo había una hilera de flores multicolores; a un lado, una casa con las ventanas abiertas de par en par y ¡un momento! justo detrás de ella, una enorme (porque a ella le pareció enorme) figura de piedra de aspecto tenebroso. Rita dio un respingo y trató de alejarse, pero solo consiguió dar una vuelta sobre sí misma y caer de espaldas.

Mientras trataba de ponerse en pie, la gigantesca y tétrica figura le dirigió unas palabras:

—Hola, ranita, ¿qué haces por aquí?

Rita, sorprendida y todavía un poco asustada, mientras conseguía ponerse en pie, acertó a responderle:

—Ho… Hola, me llamo Rita y, bueno, creo que me he perdido. Pero, ¿cómo sabes que soy una rana?

—Jo jo —rió la pétrea figura—, porque ya soy un tipo viejo y he visto a muchas como tú.

Su voz afable consiguió tranquilizar a Rita, que no pudo reprimir su curiosidad y preguntó a su vez:

—¿Y tú quién eres?

—Soy un enano de jardín, por supuesto, un enano de jardín muy jovial y cantarín.

—Ah, ¿sí? —Rita cogió confianza con el enano y, de repente, ya no le pareció tan grande ni tan monstruoso—. A mí también me gusta mucho cantar. ¿Conoces la canción de

Soy una rana

                feliz y contenta,

                me gusta croar,

                me gusta la fiesta.

                Croac, croac?

—Por supuesto que la conozco —dijo con tono alegre el enano de jardín— llevo años oyéndola durante los largos atardeceres de verano. Continúa así:

Soy una rana

la mar de resuelta,

                me mojo en el agua

y me seco en la tierra.

Croac, croac.

—Ja ja ja ­—rió la ranita, que de repente había olvidado todos sus males.

El enano de jardín le dijo a Rita que su nombre era Fermín y que, a pesar de no poder moverse, le gustaba observar todo lo que había a su alrededor y disfrutaba charlando con todas las criaturas que habitaban aquel lugar:

—Esto es un jardín, el jardín de esa casa que está al fondo. Los dueños son muy buenos y lo miman como si fuera un miembro más de la familia. Todos los que lo habitamos vivimos felices aquí.

Entonces Rita pensó que quizá hubiera estado confundida y que realmente no todos los seres humanos fueran tan malos; que aquí, como en el resto de las especies, había de todo: gente buena y gente mala, y era cuestión de suerte que pudieras encontrarte a unos o a otros.

Rita se acordó entonces de su familia y pensó que ella también había sido feliz. Se lo contó a Fermín y este le respondió que también podría ser feliz en el jardín.

—Lo sé —dijo Rita—, pero creo que mi lugar está con mi familia, con las demás ranas. ¿Tú, que eres tan sabio, podrías ayudarme a encontrarlas?

A Fermín, el enano de jardín, tan jovial y cantarín, le pareció buena idea, por lo que ideó un plan…

Fermín le dijo a la rana que descansara y durmiera un rato, que él tenía trabajo esa tarde. Entonces, llamó a voces a su amiga Rosa, que, como su propio nombre indica, era una rosa, una bella rosa rosa, elegante y glamurosa:

—¡¡¡Rosa, Rosa!!!

—Qué quieres, Fermín, que me llamas a voces.

—Necesito de tu ayuda. La ranita Rita se ha perdido y necesita encontrar a su familia.

—Oh, pobre ranita, ayudaré en lo que pueda, así que cuenta, cuenta…

Fermín le contó su plan y Rosa estuvo de acuerdo, así que tan pronto como la abeja Ginebra, de rayas amarillas y negras, se acercó volando a recoger el polen de la linda flor, esta le pasó el mensaje de que investigase dónde podía estar la familia de Rita, la ranita de San Antonio.

—¡No hay problema! Nosotras las abejas somos grandes viajeras y entre mis compañeras y yo misma daremos con ellas.

La abeja Ginebra, de rayas amarillas y negras, se alejó con el polen recogido de Rosa, la rosa elegante y glamurosa, para fabricar miel y con la misión de encontrar a las ranas.

Al cabo de unas horas, volvió con una sonrisa en la cara: ¡habían encontrado a las ranas en una gran charca no muy alejada del jardín! Ginebra, la abeja de rayas amarillas y negras, se lo dijo a Rosa, la rosa elegante y glamurosa, que a su vez se lo contó a Fermín, el enano de jardín tan jovial y cantarín.

El sol empezaba a esconderse detrás del horizonte, por lo que no había tiempo que perder. Entonces, Fermín empezó a gritar:

—¡¡¡Capirote, Capirote!!!

Con los gritos, Rita la ranita se despertó y enseguida se interesó por la criatura que respondía a ese nombre.

—Es el gato Capirote, el de los grandes bigotes.

Al instante apareció el gato Capirote, saludando con un «miauuu, miauuu» y el enano Fermín le contó la triste historia de la rana:

—La ranita Rita apenas puede saltar porque le falta una patita y necesita de tu ayuda para encontrarse con su familia. Rosa la rosa me ha contado que Ginebra la abeja le dijo que habían visto a las demás ranitas en una gran charca que hay al otro lado de la carretera. Necesita que tú la lleves hasta allí.

Entretanto, había caído la noche, por lo que la última parte de la aventura, que se presumía sencilla, no lo fue tanto…

La ranita Rita se despidió de Fermín, el enano de jardín tan jovial y cantarín, de Rosa, la rosa elegante y glamurosa, y de Ginebra, la abeja de rayas amarillas y negras, y subió a lomos del gato Capirote, el de los grandes bigotes. Como era de noche, el gato no se atrevía a cruzar la carretera, por lo que decidió esperar a que algún coche la iluminase con sus faros. Y, ay, el susto que pasaron, pues el gato Capirote se decidió a cruzar justo cuando un coche muy veloz estaba ya cerca de ellos y ¡por poco los atropella!

Al final consiguieron cruzar sin ningún rasguño y, guiándose por el croar de las otras ranas, la ranita Rita y el gato Capirote las encontraron a todas al lado de unos juncos que crecían a la orilla de una gran charca, un poco desconsoladas porque no habían sabido nada de Rita durante todo el día.  Entonces Rita saltó desde los lomos del gato Capirote y, como le faltaba la patita izquierda, cayó aparatosamente no junto al resto de las ranas, sino un poco más allá. Enseguida todas las ranas la reconocieron y fueron felices a saludarla.

Rita le dio las gracias al gato Capirote y se fue con las demás ranas a un montículo para croar todas juntas tan alto que desde el jardín pudieran escucharlas:

Soy una rana

feliz y contenta,

                me gusta croar,

                me gusta la fiesta.

                Croac, croac.

 

                Soy una rana

                la mar de resuelta,

                me mojo en el agua

                y me seco en la tierra.

                Croac, croac.

Y esta es la historia de Rita, la simpática ranita de San Antonio que un día se perdió en un jardín. ¿Y sabéis por qué la conozco? Porque a mí me la contó Fermín, el enano de jardín. ¿Y queréis saber por qué le conozco a él? Muy fácil, porque el jardín en el que ocurrió todo… ¡Es el de mi casa!


 

05/06/2012

Deja un comentario