(PusilániMan)
Resulta peculiar esa sensación que, de vez en cuando, me asalta y que, de no ser porque padezco de levitación y rara vez logro mantenerme con los pies en el suelo, conseguiría alcanzar su intención de horrorizarme y hacerme pedir la carta de libertad que supone abandonar el macabro juego de la vida. No por negarlo un mayor número de veces, lograré zafarme de esta fatalidad que, por propia definición, resulta inevitable e ilegible.
Me empeño en buscar claves que generen esa novela que pretendo protagonizar: unos personajes arquetípicos, unas tramas brillantes, unas anécdotas que engorden las páginas y refresquen la memoria, unos escenarios de abarcable infinitud y desbordante personalidad; yo contra todos para conseguir el reconocimiento eterno de los otros todos.
¿Y qué es lo sucede finalmente? Que voy apareciendo, sin previo aviso, en otras novelas, en relatos fantásticos, historias de violencia y desengaño, costumbristas, históricas… interpretando, según la ocasión, a bufones, salvadores, lacayos o, incluso, apareciendo como mero reparto o como, lo que es aún más desasosegante, un simple y liso frontis. Yo estuve en la página 25 de aquel libro censurable, en la 100 de esa obra que mereció tantos reconocimientos, revolví en unas cuantas hojas de aquella biografía apócrifa, incluso fui aquel indeseable que anunciaba al comienzo del libro la terrible noticia…
Pero tengo la espina clavada de no haber podido generar mi propia leyenda, de haber carecido del poder de aparecer en tantos párrafos como hubiera deseado y decidido, actuando según mi albedrío y no para satisfacer los designios marcados por el autor de turno.
Sé que no puedo pergeñar mi propia fábula a partir de mis concursos en otras novelas, pues el resultado sería burdo, disonante y falso; no pueden alcanzar a comprender los unos los papeles que me reservaron los otros, la falta de tacto, la ceguera o el despotismo que me fue aplastando hasta convertirme en carne de imprenta.
Existen ciertos textos en curso vigente de los que, como en los demás, desconozco la conformación del fin y la distancia que me separa de él. Me asusta el rumbo que están cogiendo algunos de ellos y estoy empezando a pensar que prefiero que no pasen de relatos cortos: una novela larga puede convertirse en una tortura y, de tener que sufrir un final trágico, prefiero la resolución de aquél frente a la morbosa agonía que me conduciría hasta las páginas finales de la novela.
Y aunque nadie lo sospeche,
echo yo también de menos
que me cuenten en poemas
para rimar en sus versos
con palabras que reciten
que mi vida fue, de hecho,
la que siempre deseé
y que no fue sólo un sueño.
[a] Flickerstick – Pistol in my hand